Un corazón regenerado, convertido, entendido y obediente

El sermón de hoy nos sumergió en una profunda reflexión sobre la obediencia, la justicia y la transformación del corazón, tejiendo verdades cruciales de Deuteronomio 30 y Romanos 10. Se nos recordó que, aunque la ley de Dios es santa, nuestra naturaleza pecaminosa nos impide cumplirla por nuestra propia fuerza, señalándonos la indispensable obra de Cristo.


La Ley: Un Espejo de Nuestra Incapacidad y la Promesa de Dios

Moisés, al final de su vida, exhorta a la nueva generación de Israel en Deuteronomio 30. Les recuerda que la desobediencia trae maldición, pero la conversión a Dios trae bendición y restauración. El pasaje usa un hermoso juego de palabras hebreo para “volver” o “convertir”, indicando que cuando el dolor del pecado los haga “volver a su corazón”, deben volverse a Dios para que Él los haga volver a la tierra de Su bendición. Esta conversión requiere arrepentimiento para con Dios y fe en Cristo, como Pablo más tarde resumiría su ministerio en Hechos 20:21.

Sin embargo, el sermón subraya que Israel tenía una ceguera espiritual para entender las obras de Dios (Deuteronomio 29:4). Aquí es donde radica la promesa central de Deuteronomio 30:6: “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.” Esta “circuncisión del corazón” es la regeneración, una obra sobrenatural del Espíritu Santo, que nos capacita para amar, entender y obedecer a Dios, prometida en el Nuevo Pacto por profetas como Jeremías (Jeremías 31:33-34).

Aunque la Palabra de Dios no está lejos ni es difícil de entender (Deuteronomio 30:11-14), la realidad es que el ser humano es como un “dado defectuoso”; nuestra carne no puede heredar el Reino de Dios.


Cristo: El Fin de la Ley y el Único Camino a la Justicia

El apóstol Pablo, en Romanos 10:1-4, lamenta el celo de Israel por Dios que no está “conforme a ciencia”. Ellos, ignorando la justicia de Dios, intentaban establecer la suya propia, sin sujetarse a la justicia divina. La clave es Romanos 10:4: “Porque el fin de la ley es Cristo para justicia a todo aquel que cree.” Esto significa que la fe en Cristo pone fin a la fútil búsqueda de la salvación por obras.

El trágico ejemplo del joven rico (Mateo 19:16-26) ilustra perfectamente esta verdad. A pesar de haber guardado los mandamientos, su ídolo (las riquezas) le impedía amar a Dios. Jesús le mostró que su propia justicia no era suficiente. Para los hombres, la salvación es imposible, pero “para Dios todo es posible” (Mateo 19:26).


La Resurrección, la Confesión y el Corazón Transformado

Pablo nos explica la sencillez del evangelio en Romanos 10:8-10, citando a Deuteronomio: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” La resurrección de Jesús es vital porque prueba Su deidad, Su santidad y que Él cumplió perfectamente la ley, venciendo el pecado y la muerte.

El sermón enfatizó un “sándwich” en la estructura de Pablo: el corazón está en el centro. Es con el corazón que se cree para justicia, y con la boca que se confiesa para salvación. Lo que llena nuestro corazón se manifestará en nuestras palabras y acciones.

Para amar a Dios con todo nuestro corazón, necesitamos cuatro condiciones esenciales, todas ellas obras del Espíritu Santo en nosotros cuando acudimos a Él en arrepentimiento y fe:

  1. Un corazón regenerado.
  2. Un corazón convertido.
  3. Un corazón entendido.
  4. Un corazón obediente.

Dios nos llama a volvernos a Él, quien es rico en misericordia y amor para perdonar. Solo en Cristo encontramos la bendición, la salvación y la vida eterna. Nuestra carne no puede heredar el reino de Dios; por eso, la gracia en Cristo Jesús nos libra de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2).

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