El sermón de hoy, basado en Deuteronomio 26, nos invita a reflexionar sobre la importancia fundamental de la memoria en nuestra vida cristiana. No hablamos de un recuerdo rencoroso, sino de una memoria sana, que rememora las bondades y misericordias del Señor, incluso los pecados pasados que Él ya ha perdonado, para aprender y vivir sabiamente.
El orador Tomás de la Horra nos recordó, citando Deuteronomio 8:11-14, el peligro de olvidarnos de Dios cuando la prosperidad llega. El orgullo puede hacernos creer que ya no dependemos de Él, llevándonos a una obediencia superficial, como la del pueblo de Israel que se acordaba de Dios, pero a su manera, no a la Suya. El Salmo 50:21 nos advierte sobre esta falsa idea de que Dios es “tal como nosotros”.
Deuteronomio, que significa “segunda ley”, es una confirmación de la ley que Dios dio a un pueblo que había vivido 400 años de esclavitud y ahora estaba por entrar a la Tierra Prometida, un lugar con prácticas idólatras. La ley era necesaria para que Dios pudiera habitar en medio de ellos y para que supieran cómo obedecer.
El pasaje de Deuteronomio 26 se divide en tres secciones:
- Las Primicias (vv. 1-11): Dios manda al pueblo, al entrar en la tierra que les daría por herencia (algo que no habían trabajado), que ofrezcan las primicias de sus frutos. Debían hacer un voto ante el sacerdote, recordando la historia de cómo Dios los sacó de Egipto con mano fuerte y los trajo a una tierra que mana leche y miel. Esta ofrenda no era un simple tributo, sino un acto de adoración con alegría, posible solo al reconocer al Dador de toda herencia. Este segmento enfatiza que debemos reconocer la provisión del Señor y ser agradecidos, lo que nos llevará a una vida que le da más gloria, ayudándonos a combatir la envidia y a apreciar lo que ya tenemos.
- Los Diezmos del Tercer Año (vv. 12-15): Cada tercer año, el pueblo debía separar un diezmo para compartir con el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda, los más vulnerables de la sociedad. Esto nos enseña que, como iglesia, debemos estar atentos a las necesidades de nuestra comunidad, usando lo que Dios nos ha dado para bendecir a otros, especialmente a aquellos en situaciones adversas. Además, se les instruía a clamar a Dios para que siguiera bendiciéndolos, mostrando su dependencia continua de Él.
- Compromiso con el Corazón y el Espíritu (vv. 16-19): Moisés cierra su discurso exhortando al pueblo a obedecer los mandamientos “con todo su corazón y con toda su alma”. No se trata solo de cumplir reglas externas, sino de que nuestra obediencia nazca de un corazón conectado con Dios. Jesús mismo reprendió a los fariseos por su hipocresía, “sepulcros blanqueados” por fuera, pero muertos por dentro. Este es nuestro gran desafío: que nuestras acciones, como ayudar a otros, no sean por egoísmo o obligación, sino por amor al Señor. Finalmente, Dios declara que Israel es su exclusiva posesión, una verdad poderosa que nos anima: si hemos puesto nuestra fe en Cristo, somos suyos y nada nos puede separar de su mano.
En resumen, la vida cristiana se fortalece al recordar constantemente la gracia y la fidelidad de Dios en nuestras vidas. Al reconocer su provisión, usarla para bendecir a otros, depender de Él en oración y obedecerle de corazón, viviremos vidas que le den gloria. Porque, al igual que Israel que iba a entrar a Canaán, nosotros también enfrentamos distracciones, y necesitamos volver a la verdad del Evangelio para vivir una vida obediente y de alabanza.
Deuteronomio: Exhortación a la Obediencia al cumplirse la promesa.
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